Buen vivir
El buen vivir -el sumak kawsay-, en los cinco años de vigencia de la Constitución de Montecristi, se ha convertido en una especie de ética laica de observancia obligatoria para toda la sociedad ecuatoriana. En apariencia ha desplazado en importancia al "Estado constitucional de derechos y de justicia". Esta noción es nueva para el mundo jurídico, apenas se incorporó en los textos constitucionales de Bolivia en el 2007 y del Ecuador en el 2008, ha provocado tanto entusiasmo entre sus impulsores y defensores que llegan a aseverar que tiene una "esencia universal", considerándola una "aspiración constante… presente en los pueblos originarios del mundo entero y también en la propia civilización occidental", la imaginan como una idea movilizadora que ofrecería alternativas a todos los problemas contemporáneos de la humanidad. El Plan Nacional para el Buen Vivir (2013-2017), presentado hace pocas semanas, le asigna al sumak kawsay la capacidad de fortalecer la cohesión social, los valores comunitarios, la participación activa de individuos y colectividades "para la construcción de su propio destino", la llave de la felicidad individual y colectiva, la salvación del medioambiente y de la vida en armonía con la naturaleza. Su importancia es indiscutible, la Constitución de Montecristi contiene al menos 20 referencias al buen vivir, siendo un eje de todo el instrumento. Se lo considera una condición a alcanzar; un "deber fundamental del Estado" que debe lograrse mediante la planificación para el desarrollo, erradicando la pobreza, promoviendo el desarrollo sustentable y la distribución equitativa de la riqueza. Incluso se agruparon varios derechos bajo esa denominación. Los documentos de planificación del Estado, usando como sustento normas constitucionales, parecen relegar a los otros deberes primordiales del Estado a meras condiciones para lograr el buen vivir, convirtiéndolo en una suerte de principio moral, un parámetro para toda acción incluso de la vida cotidiana y una propuesta política. Es la utopía universalizable del Régimen, incluso llegan a sostener que no "depende de nuestras maneras del ver el mundo, de una región, de un pueblo o de una nacionalidad". En pleno ejercicio de mi derecho a la resistencia intelectual me niego a reconocer al buen vivir como un objetivo por encima de derechos humanos, sostengo mi posición en la misma Constitución de Montecristi, la que establece, como el más alto deber del Estado, respetar y hacer respetar los derechos. El buen vivir debería considerarse como un medio -como existen otros- para garantizarlos. Sigo creyendo que la idea de los derechos humanos es la más universal, poderosa y movilizadora de la historia contemporánea, un signo de los tiempos, un avance fundamental de la humanidad, son estos los que deben considerarse como límites y objetivos de toda acción humana.
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