EL REPUBLICANISMO
No es posible hablar de la concepción republicana como de una teoría unitaria, estable y bien perfilada, pero sí de un enfoque reconocible y nítido de la actividad política y de una serie de nociones que configuran el talante o espíritu propio de esa tradición. Una tradición unificada, no solo por las autoridades a las que se remite y por su referencia a modelos históricos como el de la república romana, sino por ciertos valores y propuestas características que sus exponentes, en distintas épocas y lugares, tienden a destacar: el gobierno de la ley, el valor de las instituciones públicas, la virtud cívica, el énfasis en la libertad como autonomía frente a la dominación ajena y arbitraria, etc...
¿Qué es entonces lo que podemos denominar como republicanismo?
Alexander Hamilton decía que la noción de republicanismo de la que se hablaba en su tiempo era empleada con demasiados sentidos diferentes, y no era posible describirla completamente; John Adams manifestaba que no había podido comprender jamás el cabal significado de dicho término, y agregaba que nadie que él conociese había alcanzado cabalmente tal entendimiento.
El republicanismo ha sido considerado como un modelo caducado por muchos teóricos contemporáneos de la política, que argumentan que se trata de un enfoque inaplicable a las sociedades complejas modernas y que es demasiado exigente en cuanto a la disposición virtuosa que requiere de los ciudadanos. Hay sin embargo algunos estudiosos actuales como Skinner, Pettit o Spitz , que consideran que es posible recuperar el espíritu de esta concepción como base de una visión renovada de la política absolutamente vigente en las sociedades actuales, capaz de superar los déficit de las concepciones hasta ahora mayoritariamente presentes.
Aunque acaso no sea posible resucitar hoy tal cual el modelo republicano, es un hecho que las más sugestivas propuestas teóricas actuales de recuperación de la ciudadanía buscan inspiración en esta tradición. Se trata de una tradición muy activa dentro del ámbito académico, y que además aspira a revitalizar el interés tanto por la política como por la cosa pública, buscando señalar la potencialidad política de los individuos cuando actúan entre iguales, y poseen como horizonte común la búsqueda deliberativa de una comunidad justa y libre.
En los últimos tiempos ha cobrado considerable fuerza la apelación a una concepción republicana de la política, y más concretamente de la ciudadanía, como una vía alternativa entre liberalismo y comunitarismo en la que confluyen pensadores insatisfechos con uno y otro modelo.
Una cierta nostalgia teórica, mezclada con curiosidad académica, y con desencanto cívico, ha desenterrado el tesoro perdido del que hablaba Hannah Arendt, para abrir un nuevo ámbito de debates acerca del ciudadano y la comunidad política.
Son muchos los que experimentan desazón y malestar frente a la concepción liberal de la relación del ciudadano con su sociedad política, blanco privilegiado de la crítica comunitarista: la perspectiva de un sujeto autointeresado, que se define principalmente por sus derechos, para el que la comunidad es externa e instrumental, en la que no se reconoce ni está dispuesto a sacrificarse o contener sus deseos por el bien público.
A ello debe añadirse la crisis actual de la política como actividad pública deseable. Hoy la política ha sido desplazada a una posición marginal, en relación con una red mundial de procesos de comunicación e intercambio económico: la acción política aparece subordinada a imperativos económicos, y los ciudadanos de las sociedades democráticas responden con apatía y permisividad. Dada esta situación, es explicable que se haya vuelto la mirada hacia una tradición alternativa, que pone el acento en el status del hombre como ciudadano.
Han sido en general historiadores del pensamiento político como Wood, Pocock, Baylin, Skinner oVirolli los que han destacado el valor de una tradición a la que se había prestado escasa atención en la teoría política contemporánea, y que sin embargo ha tenido un peso considerable en la teoría y en la práctica política moderna.
Esta tradición republicana arranca de la teoría y la experiencia política de la Roma republicana (con Salustio, Tito Livio, Séneca, Juvenal, y sobre todo Cicerón), aunque tenía su mejor fundamentación teórica ya en la Política de Aristóteles; continúa en las repúblicas italianas de la Baja Edad Media y el Renacimiento, y particularmente en la Florencia de Maquiavelo; se desarrolla durante el siglo XVII en la República de Venecia, en la república holandesa de las Provincias Unidas, y en teóricos de la época de la guerra civil inglesa, como James Harrington; está presente en el debate sobre virtud y comercio de la época de la ilustración (según podemos ver en los escritos de Montesquieu), y tiene su último gran desarrollo en los teóricos y exponentes de las revoluciones francesa y americana del siglo XVIII (como Rousseau, Madison o Jefferson, entre otros), sin olvidar las notorias huellas que el republicanismo ha dejado en autores posteriores, como Tocqueville o Marx.
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